De los que escribimos a
escondidas, en medio de una soledad absoluta en que la mirada se pierde en algún
punto absurdo, se pueden decir muchas cosas.
Que tenemos el don de hacer de la
empatía un hecho, compartiremos contigo cada lágrima de felicidad, por algún sueño
cumplido, una ilusión venidera, o alguna carcajada sincera en cualquier tarde
de domingo.
Y en contrapuesto, a los que
escribimos en secreto, nos acompaña una ráfaga de aire, que se presenta en
cualquier momento, ya sea mañana o a tarde, y que sin llamar a la puerta te
acompaña en los pensamientos más ineficaces, la dulce y amarga visita, brisa melancolía.
De los que escribimos a
escondidas puedo relatar muchas cosas, pero no contarlas, pues casi siempre nos
expresamos mejor bajo la tinta que bajo las labios, como si susurramos secretos
a voces, que quedan impregnados en un papel hasta el infinito, y que jamás se
borraran, como se borran hoy en día, las palabras vacías que salen de cada boca
olvidada.
De los que escribimos a
escondidas, se puede esperar muchas cosas y no obtener absolutamente nada, pues
no actuamos bajo mandatos, ni peticiones, solo nos guía el impulso, un empuje
repentino, un corazón que se expresa en libertad.
Nunca es seguro que nos
reconozcas, que sepas quienes somos, o
donde estamos, pero si es seguro que nosotros estaremos observando, a ese punto
absurdo, llamado mundo, para soltar tras un lápiz cualquier sentimiento que te
apriete desde dentro, fuerte o frágil, amargo o sincero, rápido como los
momentos, lento como los sueños.
De los que escribimos siempre a escondidas, se pueden decir muchas cosas, pero mejor perpetuar el misterio, de
las palabras fugaces buscando su alma gemela, en cada rima prendida, en cada verso
despierto.