Se apagan las luces, y mi espalda toca paralelamente el suelo… estiro fuertemente las piernas, o me encojo y me balanceo sobre mi misma, es igual, son cinco minutos, cinco minutos en que la música te invita a soñar, a cerrar los ojos, a dejar la mente en blanco.. Cinco minutos donde la única obligación que tienes es ninguna.
Sé que no estoy sola, al lado siento a mi compañera, pero me es igual, porque me reconforta la sensación de saber que ella también tiene la ventana abierta para dejarse ir.
Sé que no estoy sola, al lado siento a mi compañera, pero me es igual, porque me reconforta la sensación de saber que ella también tiene la ventana abierta para dejarse ir.
Cierro los ojos, a lo lejos solo distingo el cantar de los pájaros, y el sonido de una cascada de agua lejana, al abrirlos, los rayos del sol se postran en mi, como un abrazo cálido, mi vestido, ligero y blanco, se contonea al vals del viento, mis pies, descalzos, sienten cada una de las raíces de una tierra húmeda que ha soportado hace poco una tormenta y que ha provocado un arco iris.
Hay pétalos que me rozan las rodillas, que me acarician provocándome una sonrisa, mientras me asombro ante un catálogo de colores que jamás se había reflejado en mis pupilas y me maravillo ante cada uno de las flores que rozo con la yema de mis dedos.
Ando despacio, ensimismada con una imagen que se que forma parte de mi imaginación, pero que es capaz de despertar una lágrima.
Y descubro un riachuelo que intuyo me llevaría a una cascada, jugueteo con mis manos provocando ondas en una agua clara y transparente, y me deshago del barro acumulado en mis pies.
Y con el agua rozando mis piernas, tumbada sobre una cama de flores, donde mi cuerpo anda perdido, respiro lentamente, y dentro mi sueño, sueño, que en un lugar así, existe la magia.
Se encienden las luces… Es hora de volver a casa.
Hay pétalos que me rozan las rodillas, que me acarician provocándome una sonrisa, mientras me asombro ante un catálogo de colores que jamás se había reflejado en mis pupilas y me maravillo ante cada uno de las flores que rozo con la yema de mis dedos.
Ando despacio, ensimismada con una imagen que se que forma parte de mi imaginación, pero que es capaz de despertar una lágrima.
Y descubro un riachuelo que intuyo me llevaría a una cascada, jugueteo con mis manos provocando ondas en una agua clara y transparente, y me deshago del barro acumulado en mis pies.
Y con el agua rozando mis piernas, tumbada sobre una cama de flores, donde mi cuerpo anda perdido, respiro lentamente, y dentro mi sueño, sueño, que en un lugar así, existe la magia.
Se encienden las luces… Es hora de volver a casa.