No decaigas, me dijo, o entrarás en el eterno ciclo de la duda que no tiene solución, de la respuesta que no tiene sentido, de la pregunta que escasea de razón.
Las horas pasan rápido, ni siquiera soy consciente de la velocidad con la que las consumo, como si fueran suspiros emitidos sin conciencia, como si con tan solo respirar, muchas de ellas se hubieran esfumado ante mis propios ojos.
No he tenido fuerzas para retenerlas, sentía que se deslizaban por mis dedos, como una suave caricia casi imperceptible, mientras la materia de mis brazos, fundidos con acero, alcanzaban el peso necesario como para dejar inmóviles mis manos.
Sé que suena utópico, o tal vez suena clásico, pero la verdad es que más bien poco me importa el adjetivo que lo atribuyáis. El cansancio se apodera de mí, se tumba conmigo y me susurra que cierre los ojos, y yo agotada de mantenerlos únicamente abiertos, agotada de ver las horas pasar, me dejo llevar por mis párpados, y cierro la razón.
Así pues, no creo que estéis en posición de exigirme la no decadencia, de plantearme que no me deje llevar por la emoción que me abraza cuando la manta recubre mis pies, pues solo ella a veces me salva, solo ella se postra conmigo mientras me encierro en mis propios sueños.
Queréis que estire las plantas de mis pies hasta rozar el suelo, que fortifique mis rodillas hasta quedarme inmóvil frente al espejo, para después arrancarme la piel que me ha mantenido invernando, y soltar un grito afónico que le haga al mundo caer en la cuenta de que ya tengo la fuerza suficiente para abrir la puerta de la nada y emerger de mis propias cenizas, pues bien, no lo haré.
No pienso jugar con mis muñecas hasta liberarme de las cuerdas, no pienso hacer el esfuerzo, porque necesito sentir el tacto de la almohada, agotándome, hasta que no pueda respirar, hasta que no tenga más salida que levantar la cabeza, para ser consciente de una realidad que no quiero ver, mientras me planto mi escudo, y decido batallar contra el mundo como he hecho hasta ahora.
Así que dejadme sufrir, dejadme agonizar, y dejadme encerrarme hasta que descubra que no tiene sentido. No soy marioneta de nadie, y he cortado mis propios hilos millones de veces, antes que hacer reverencias que no siento. Solo yo, de mis adentros, puedo acumular el anhelo necesario, para reinventarme de nuevo.